Blue Moon

26 de Agosto, 2017

Las luces de neón de la entrada anuncian que no es el bar mas elitista de la ciudad, la entrada, los lavabos, la barra y sus habitantes confirma que las hipótesis, normalmente en estos casos, suelen hacerse realidad. Un borracho, una prostituta, el hombre que limpia los lavabos, la barman y el hombre de la esquina que apura su copa, cohabitan con la música denostada de los noventa en esta noche oscura, diremos que en un lugar indeterminado de Norteamérica, entre Manhattan y Nueva Orleans.

El borracho, levanta la cabeza y pide otra copa, mientras el hombre de los lavabos, con cara de pocos amigos y un cigarrillo acabado en la comisura de los labios, pasa la fregona incansable dejando el suelo igual de sucio que antes de fregar. La barman le dice al borracho que se tambalea en la silla que hace ya dos rondas que le sirvió su ultima copa y la prostituta que aprovecha el despiste, se insinúa al cincuentón cabizbajo que molesto se niega a compartir una copa con ella porque el, por la compañía, siempre se negó a pagar.

Azorado, se niega a despejar en ese instante su billetera de mariposas verdes, no por convicciones sino por ego, por que nunca le hizo falta, por razón de ser, por estatus social. Tras la negativa , se refugia de nuevo en su bourbon y en sus cavilaciones, recordando tiempos mejores, aquellos en los que la realidad y sus sueños, iban tan parejos que cada noche bailaban un jazz. Aquellos en los que paseaba del brazo con chicas jóvenes y hermosas, en los que cenaba en restaurantes prohibidos, locales privados, habitaciones de hotel que no se podía pagar. Instantes aquellos de una vida en los que recibía el reconocimiento de propios y extraños, en los que la suerte sonreía sus chistes y la noche le brindaba la oportunidad de agrandar su lustrosa efigie de galán.

Para mi era un desconocido, un hombre maduro descontento con su vida, sentado en una barra del antro mas cutre, un intruso mas dentro de esta gran ciudad. Para la gente era un viejo conocido de la noche, famoso en los barrios por su forma de actuar, recordado por sus conquistas, a pesar de que ahora, por mucho que lo intente, a nadie es capaz ya de engañar. Hace años que vive atrapado en una juventud disipada y un aparatoso arrepentimiento, bien es cierto que su labia, su planta y sus detalles estudiados, con los años acabaron poniéndole el apellido de Don Juan.

Serian aproximadamente alrededor de las dos de la mañana, con todo recogido, solo el en la barra y el local apunto de cerrar, cuando por la puerta entra una mujer madura, con el pelo largo, un vestido negro y dorado, discretamente elegante y empapada por la lluvia, que de su letargo lo viene a despertar. Ella, tras frotarse la suela de los zapatos con el felpudo y tratar de secarse algo antes de entrar, pide poder usar el teléfono para llamar un taxi, la camarera con sonrisa cansada, estirando el dedo indice, le indica que al fondo a la derecha, junto al mostrador, encontrara un teléfono que por seguro no tiene nada de intimidad.

El, tras la llamada y un momento meditado de cortesía, intenta acercarse, invitarla a una copa y amenizar el tiempo que tenga que esperar, ella con la soltura que te dan la experiencia y los años, sabe que no es eso lo que ella busca y que hoy no es de esos días en los que una esta tan desesperada, borracha y sola como para poner ese final. Discreta y gentilmente lo sonríe y lo rechaza, lo da la espalda y mira el reloj esperando que pase rápida la cuenta atrás. El, un truhan venido a menos, acomoda su orgullo y hace ver que en realidad no le interesaba acabar de esa forma la noche, que nunca quiso pasar un buen rato con ella, que tan solo era un gesto de amabilidad, mientras desbordado por los sentimientos, apura de un trago la penúltima copa de la noche, siempre toma una ultima, reclinado sobre el sofá y se despide de la dueña que lleva tiempo esperando a que acabe porque hace varias horas que se hizo tarde, algunos días que esta exhausta y muchos años que quiere emigrar

Acaba para nuestro protagonista la noche, caminando solo por la calle, bajo una nube que se acostó caprichosa y no deja de llorar. Empapado, borracho y solo es un final que se repite cada noche desde hace un tiempo en la historia de nuestro quidam. Se adormecen sus sueños, mientras su deseo insatisfecho queda herido entre el pasado, el presente y el futuro, y trata de recomponerlo noche tras noche mientras duerme atrapado en un canapé igual de ajado y hundido como su realidad. Tristemente, así concluye la noche inacabada de un don juan, venido a menos y en su crepitar. Que rememora su vida en cada trago, que presumiblemente bebe para olvidar. Olvidar que en su vida las mujeres solo fueron muescas de un cinturón que perdió hace años, que ninguna de ellas lo llego a amar de verdad. 

A pesar de que una pequeña parte aun hoy lo considera un héroe, el resto, incluido el, piensa:

- ¡Pobre desgraciado al que el corazón le hace eco y perdido eso, no le queda por perder nada más!