Carta al tiempo

10 de marzo, 2018

Tic Tac, tic tac, tic tac, suena el reloj del comedor incansable, imparable, como devorando el tiempo, y yo, mientras tanto, te busco en mi mente escudriñando cada rincón, jugando al escondite con los recuerdos que un día me dejaste. Unos recuerdos que día a día e inevitablemente los va aniquilando la nada, por mucho que yo no quiera dejar de creer. Por eso, antes de seguir, quiero pedir perdón por adelantado y por favor permíteme que me equivoque, que no llegue a todo y que no sea justa, pero han pasado ya tantos años que la retentiva ya no es lo que era y todo en la vida lleva otro tempo.

Sí, así, sola, en mi pose estudiada de estatua de marfil, en esa soledad acompañada de quien se sabe desconectada del mundo y querida al mismo tiempo. Sintiendo en este momento que se me va la vida entre los dedos, que no soy capaz de acordarme de lo que he hecho hace media hora, pero que tampoco importa. Porque soy consciente de que estás, y aunque no te veo te siento, noto tu calor, tu olor y percibo que estas en casa. Lo sé por el orden de los muebles, el ruido de las puertas, el tacto suave de la alfombra bajo mis pies. Lo intuyo por el olor de la comida, mi piel avainillada, mi pelo ladeado hacia la izquierda (como a ti te gusta) y el broche dorado sobre mi chaqueta. Y aunque ya nada es lo que era, lo sé, tú permaneces aquí y por supuesto en mis entrañas.

Es verdad que los chicos ya no corren por la casa, ni tu marido ni el mío discuten acaloradamente en el salón. Es verdad que las noches cada día son más largas, y los días nos dan para menos, que nuestra relación de manera inapelable ya no es lo que era, que desafortunadamente, tú y yo ajenas pero sensibles a todo, ya no compartimos nuestros momentos enmascarados, aquellos que pertenecen tan solo a una madre y su hija, a una hija y su madre. Pero quiero que sepas que no los he olvidado, ni uno de ellos.

Por si alguna vez te lo preguntaste, te respondo que sí. Que despierto a momentos, y sin poder desaprovechar esas oportunidades fugaces en las que dentro de mi oscuridad tu memoria se transforma en la mejor estrella de oriente, rememoro cual reflejo en el agua que nunca hemos caminado solas este viaje, que tú te apoyaste en mí, y yo lo hago ahora en ti. Que bajo esa expresión de invierno frío, se esconde un corazón tan grande que, ¿qué sabrán los otros que es una primavera calurosa si nunca te dieron un abrazo? Que, ¿qué sabrán los otros si nunca les has mirado mientras dormían, los has arropado y besado en la frente con el amor en los labios?

Por eso, y aunque sé que no hacen falta, te doy las gracias por cada discusión y cada beso, por cada risa y cada llanto, por cada instante, recuerdo y duda, por cada amor, abrazo y complejo. Por no abandonar el barco, y por remar conmigo.

Pd: Perdóname, sé que llego tarde y me faltan respuestas, pero si aún me lees, quiero que sepas que esta es la carta que nunca llegué a escribirte.

Te quiere

Mamá