Carta cobarde
01 de Junio, 2018
Ayer tampoco me atreví a hacerlo. Estaba todo listo y solo tenía que alargar la mano, pero al final no pude. Cuando me había decidido e iba a dar el último paso, algo se movió en mi interior y me dijo que no era el momento correcto.
He de reconocer que últimamente me pasa a menudo. Justo en el instante que creo que debo dejarte la carta que escribí hace meses en el buzón, ese miedo anónimo y coetáneo, que vive siempre inclinado hacia el mañana y transforman mis sueños en la próxima tragedia griega, me paraliza y sume mi corazón en un constante cambio.

Un cambio que se balancea desde atrás hacia adelante con tanta fuerza, que incluso a veces pierdo el equilibrio y me marea. Pero que sabe, en lo más profundo, cual es la conclusión exacta, y aun así se resiste a aceptarla por miedo a que mañana parezca equivocada.
Quizás te preguntes de que habla esta carta cobarde. Una carta que empezó con un lo siento y que nunca encuentra el final perfecto. Una carta que susurra los sentimientos de ese último beso que no sabe igual que ninguno, y que siempre quieres alargar por miedo a que no se repita. Ese beso que convierte la propia separación de los labios en la forma de distanciamiento más eterna que jamás tuviste.
Una carta mentirosa que dice que no recuerdo a que saben tus sabanas, ni echo de menos mis ganas de volver a casa. En la que las palabras escriben la próxima orden de sufrimiento, mientras se creen lo que dicen y aprietan los labios fuerte hasta convertirlos en una raya cargada de silencio.

Y es que esa carta, en definitiva, es una correspondencia que no espera respuesta y en la que no hay más palabras que decir. Pero que además si las hubiera, estas serían la hoja afilada de quien sabe que es el último instante, como ese en el que te veo alejándote calle abajo, esperando que te des la vuelta.
Sí, lo sé. Así de primeras parece la epístola más férrea del mundo. Pero no te dejes engañar. Hacia el final se desdibuja y pierde fuerza como lo hago yo y mis ideas. Porque quizás no lo sepas, pero la lagrima que resbala por mis parpados, mientras mi mano se alarga y la carta abandona, habla de aquellas cosas valientes, que nunca diré y que por supuesto no aparecen entre sus letras.