Contando estrellas

08 de Octubre, 18

Hay noches que me detengo a contar estrellas y sueños compartidos tras las horas de un atardecer, como en un ritual de reencuentro, pero sin reloj. Anocheceres con una larga historia de propósitos, regados con bebidas que dejan un regusto amargo, y donde el tiempo se para, y todo parece ir más lento.

Crepúsculos en los que la emoción llega cuando le da la gana, variando en su sino e intensidad cual ruleta rusa, grabando ese instante a fuego en el alma, porque es así de caprichosa, y se esconde entre las fases de la luna, el desierto de calles asfaltadas, y las ventanas de las mil caras que parecen observarte en el camino de vuelta a casa.

Y en esas noches he descubierto:

Que hay estrellas que brillan incesantes, iluminando millones de olas que acomodan preguntas sin respuesta. Que recogen los sueños de cientos de miles que se creen libres, a pesar de estar encerrados entre los barrotes de sus propios miedos.

Que existen astros que te miman incluso en los sitios más oscuros, porque fueron quienes compartieron contigo la felicidad más absoluta, y al mismo tiempo más de mil noches en vela, y cientos de lágrimas.

Que puedes ver cometas que te devuelven a la infancia, en un abrazo, o mientras rompes a saltos la silueta de la luna en los charcos.

Que coexistimos con cometas que recorren, con una facilidad pasmosa entre las sombras, cientos de kilómetros, y que cuentan minutos en cosas vuestras, en caricias, en recuerdos, y en anécdotas.

Que conjugo luceros que hablan sobre una causa injusta, y lo que soy en realidad, y que se abrazan entre los hasta luego de las despedidas que nunca regresan, las farolas, y las sombras que dejamos atrás, y las huellas que grabamos en momentos compartidos en los que están.

Que hay horas en vela, que forman parte de la cultura, de cafés sin prisa, de series que te atrapan, de noches sin dormir, y otros que son de nervios, de viajes, de generosidad, de desamor o de cariño.

Que hay miradas destellantes, que son más bonitas desde el fondo de una sábana, o de esas otras que te aprietan fuerte la mano desde escasos centímetros del suelo, o aquellas que te miran intensamente, a pesar de que su vida estuvo llena de obstáculos de esos que son muy difíciles de saltar.

Que hay arrugas que hablan de todas las penurias que han vivido con ese querer altruista que nunca se da por vencido. Y pliegues tersos, que en una caricia, comprenden tus temores, y no te preguntan por el tiempo que has estado fuera, sino por cómo estas y por el cuanto los has echado de menos.

Y es que, ineludiblemente, a veces me encuentro atrapado en noches en las que no me rindo, y me detengo a mirar las estrellas. 

Noches en las que no importa nada más que eso, y la compañía, ¡de eso estoy seguro! En anocheceres que te dicen que en ocasiones hay que sacrificar algo que deseas con todo el alma, para dar un paso adelante. Entre crepúsculos repletos de cuerpos celestes que te acompañan en el corazón por siempre, sin importar desde que punto del planeta te encuentres contando estrellas...

Y que te cuestionan insolentes - ¿Quién es el iluso que no quisiera formar parte de un tesoro como este?