Paradoja temporal
29 de Octubre, 2024
"Belonging – Muted"
Con los años, había adquirido un gusto especial por los viajes en tren, esa pausa de camino al trabajo, o de vuelta, que le conectaba con una parte de él olvidada desde su infancia más primigenia.
Hoy su viaje no era el habitual, algo era diferente en su recorrido, y aunque pudiera ser únicamente el destino, en el fondo había mucho más allá que el cambio en el punto final.
Como siempre había buscado meticulosamente su asiento, vagón 8, asiento 3C. Ventanilla, y por supuesto siempre en dirección al destino, pues viajar de espaldas le generaba una sensación extraña, como de que algo no iba del todo bien. Exactamente la misma sensación que le producía la gente que empezaba a leer el periódico desordenadamente. Él no se consideraba una persona meticulosa, pero sí tenía algunas rutinas difíciles de cambiar. El pelo corto (no pasaban más de un mes entre sus visitas al peluquero), la cara bien afeitada (como mucho de dos días) y la ropa sin una arruga de más. Él siempre decía que eso no eran manías, simplemente era saber estar.
Sentado, espero a que el tren arrancara para abrir su diario. Le gustaba imaginarse la vida de la gente de la estación, y cuáles eran los motivos que les habían llevado hasta ese instante. Así que jugó a eso durante unos minutos, con la vida de quizá tres o cuatro personas, y luego, cuando el tren se puso en marcha y empezó a abandonar la ciudad, abrió su diario y empezó a leer.
Pasado un rato se dio cuenta de que su mente hacía tiempo había dejado de leer y sobrevolaba otros rincones de sus recuerdos, y otras emociones inmóviles desde hace ya algunos meses. Recuerdos de infancia, de sus padres, del olor de su casa, de sus amigos de la escuela de los que hacía años de los que no sabía nada, y de otros mil millones de cosas. Este viaje siempre parecía una sesión terapéutica, una de esas donde abres el cajón de los recuerdos, desordenas todas las emociones, y luego intentas ponerle orden. Una sesión anual, un espacio protegido, algo muy necesario en realidad a hacer de vez en cuando.
Próxima estación... Álora
Doblo el periódico. Lo metió en su axila y agarró el paraguas.

Con paso decidido, pero lentamente se bajó del tren, abrió su paraguas y salió de la estación (no sin antes dejar su diario en el banco de la entrada, por si alguien quisiera leerlo). El olor a hierba mojada le invadió nada más poner un pie en el andén, algo de él se sentía diferente en aquel lugar. Caminó por las calles empedradas con sus dibujos imposibles, giró a la izquierda un par de veces, y tras cruzar la plaza del pueblo, llegó a la floristería de doña Carmen. Allí, ella, como si se tratase aún de un chiquillo, lo saludó, le recordó aquel chascarrillo del río de hace ya cuarenta años que siempre recordaba con su madre, y tras las preguntas rutinarias sobre su familia, le entregó el ramillete de hortensias que tenía ya preparadas. Él pagó en efectivo, y se despidió con un:
Reflexivo y conectado a sus raíces y sus recuerdos, llegó ante la tumba de su abuela. Se arrodilló, colocó las flores con delicadeza, y por un segundo volvió a escuchar su voz aleccionándolo sobre cómo debían de ser las cosas. Él cerró los ojos por un momento, se dejó sentir en el pasado, y unos minutos más tarde, acabado el ritual, se incorporó, se secó las lágrimas y se despidió con un silencioso beso.
Cogió el tren de vuelta, entró en casa, y volvió a acallar lo que nadie más ve bajo la alfombra.
Al menos hasta el próximo año.