Croquet odum

23 de Diciembre, 2018

Aviso: este texto puede hacer aparecer irremediablemente el ansia por comer croquetas.

La culpa es de Javier Aznar, y de esa persona que cuenta sus años en letras, en cafés compartidos, en amigos, pero sobre todo en croquetas. 

Hoy iba por la calle y de repente me ha invadido una extraña sensación de añoranza, esa morriña que no suele ser habitual en uno, pero que sin saber ni cómo ni cuándo, llega, y te deja en una espiral de tristeza. Quizás sean estas fechas que con tanta cena de despedida, tanto brindis, tanto dulce navideño, y tantas luces por la calle, a uno le dejan medio tonto, o en su defecto idiota perdido, y uno ya no sabe ni que pensar. El caso es que no he podido dejar de darle vueltas a mi entrada triunfal de regreso al "hogar", esa a la que a mi madre siempre inspira para cantarme la canción de los turrones el almendro, algo así como un ritual no pactado de vuelta a casa. El caso es que este momento, al menos en mi caso, siempre tiene un arma de doble filo, porque a veces abres la puerta, y ya sabes que algo no va bien.

El pasillo tiene ese aroma penetrante de aceite recremado de contadas situaciones, ese que se queda enganchado en el pelo durante un par de días. ¡Pero tú sientes curiosidad! Como la protagonista rubia de las pelis de miedo, intrépida, aun sabiendo que allá donde va, sola, cuando hace dos segundos tenia al capitán del equipo de futbol americano a su lado para protegerla, solo encontrará una muerte segura. ¡Tú igual! Por un instante te tiñes de rubia, y te lanzas a lo desconocido, a pesar de que algo ya te avisa que no te acerques. ¡Pero tú vas! ¡Inconsciente!

Y ¡zas!, abres la puerta y allí están, en el plato, mirándote con ojitos tristes y saltones, como el nuevo emoticono del whatsapp. Todas juntas, llamándote en voz en grito, susurrándote cual belcebú a la oreja, todas a la vez. Colocadas una tras otra, formadas para el combate, pero dispuestas a romper filas. Así que te dices, NO NO NO, esta vez no caigo, que esa cara ya me la conozco, y esta noche ya me confundió mil veces, aunque en el fondo sabes que repetirse esa frase a modo de mantra no tendrá sentido. Así que decides darte la vuelta, y volver por dónde llegaste para evitar la tentación. Pero medio segundo más tarde, tu mente traicionera te dice: venga tonto, ahora que no te ve nadie, coge una, solo una, si total no va a pasar nada.

Así que justo en ese punto, tus dedos cobran vida propia y se estiran, cual los dedos de la mujer elástica, y esas dudas previas de indiana jones en la última cruzada antes de escoger el cáliz, desaparecen, y por un momento; te olvidas de saludar a tu madre que está a dos metros, de hacer la foto del plato de croquetas para el Instagram, de cerrar la puerta de la calle aun a riesgo de que salte el detector de humos de la escalera, del motivo por el que el destino os ha juntado en este momento a los dos, te olvidarías incluso de respirar sino fuera un acto instintivo. Solos tú y ella, mirándoos frente a frente, ciclopes, retándoos a un duelo a muerte, tú con las papilas gustativas dispuestas, y los dientes afilados desde la última vez que os visteis, ella con el calor infernal en sus entrañas, ese que te anuncia que está recién salida de la freidora. Pero no importa, tú quieres ganar este desafío, aunque luego tengas que escupirla, o abrasarte la lengua, y no poder saborear ninguna otra en la vida, total, si el sabor ya ha pasado a un segundo plano, porque sabes que con las croquetas no hay nada que perder, como el Madrid en un sorteo de Champions. Ambos inmóviles, esperando el momento exacto, conscientes de que solo puede quedar uno.

Tú muerdes primero, acercándotela a la boca vivaz, como si te la fueran a robar del puño. Y ella, en el zarpazo, cae herida, y deja caer su bandera blanca por entre tus dedos. Se desata un momento apasionado, un beso de película, un amor a primer bocado, y se te pone la piel de punta, no se sabe muy bien si por la victoria, o porque coño, ¡esta croqueta está de muerte! Acabada la primera, mientras tú te deleitas saboreando el regusto que te ha dejado entre los dedos, sin que aparezca un ápice de culpabilidad en tu subconsciente. Ella en tú interior, comienza su dulce venganza, y activa su efecto Kriptonita, algo así como un superpoder para croquetas. Y tú que te creías Superman al principio, capaz de sobrevivir a su dulce canto de sirena, ahora te ves transformado en el hombre de Tasmania blasfemando improperios ininteligibles, con la saliva asomándose por entre las comisuras, con la vista fija en el plato, y repitiendo entre susurros: Es mío, solo mío, mi tesoroooooo.

Entonces perspicaz piensas: igual con la segunda se va el efecto y ya está, así que te comes otra. ¡Pero no!, las croquetas tienen ese poder que no se va con la segunda, ni con la tercera, ni con la última. Momento en el que levantas la cabeza al ver que ya nada queda sobre el plato, y lo miras, y lo remiras cientos de veces pensado, ¿pero qué ha pasado? Y tu madre por detrás te observa con el rodillo en la mano, como diciendo: ¡Lo mato!, Juro que yo a este niño lo mato.

Así que recoges tu dignidad como puedes del suelo, agachas la cabeza, y esbozas un - hola mama, feliz navidad. Pones el plato en el fregadero y te retiras cortesanamente, procurando no darla nunca la espalda por si toca salir corriendo. Unos metros más allá, a salvo en medio del pasillo, la culpabilidad desaparece de golpe, y se dibuja en tu cara una sonrisa modo Joker. De repente te quedas en blanco, y deambulas sin saber muy bien dónde ir, aunque con la certeza que durante un tiempo no debes de volver a la zona desastre, porque allí te sigue esperando tu madre. Así que te encierras en la habitación modo adolescente en plena edad del pavo, y dejas correr el tiempo, porque: ¿quién te dice a ti que vas a poder resistirte esta vez a un nuevo plato de croquetas recién hecho?

Llegados a este punto os confieso, que estoy acabando de decidir si este año voy a casa por navidad, o no. Porque uno nunca sabe cómo van a ir estas fechas, si bien, o en familia. Pero mientras lo reflexiono os dejo, que mi última cita de Tinder me acaba de escribir por whatsapp: - ¿qué quieres que te haga esta noche?

Y yo, por supuesto, voy a contestarla: Por favor, hazme croquetas.