El ojo de la cerradura

21 de abril, 2018

Él se observaba como si lo hiciera por el ojo de una cerradura, intentando averiguar donde se encontraba exactamente y que era lo que sentía. Escudriñando cada rincón de su alma a hurtadillas para que no se le ocultara nada. Pero en el fondo, nada estaba oculto porque no quedaba absolutamente nada.

Se habían volatilizado sus sentimientos, en el mismo instante en que ella le pidió que hiciera de malo en esta historia y de repente, ¡zas!, se esfumaron en esa eternidad en la que él colgó el teléfono, y a partir de ese segundo simplemente ya no estaban, simplemente la ausencia.

Desplomado sobre la cama, sus ojos se rindieron entre lágrimas y sin darse cuenta se encontró rodeado de un blanco inmaculado, un espacio grande y vacío, como donde resuenan las ilusiones y los deseos, pero simplemente ya no existían. Él buscaba de una punta a otra y viceversa pero nada habitaba ese espacio, solo él y su falta de sentimiento. Buscó incansable poder ponerle un título a esa emoción y no lo encontró, tan solo le recordaba al vacío angustiante de la búsqueda sin respuesta, del dormir sin sueños, del no saber hacia dónde querer dar el siguiente paso. Y así, sin poder evitarlo, la tristeza se apoderó de él, y el cuarto se fue haciendo cada vez más pequeño y más sombrío.

De improvisto se encontró con la culpa desatinada, sintiéndose mal consigo mismo y no con ella, porque en su mente la tristeza le decía que no le había dado lo suficiente (incluso aquello que no le habían pedido), y su autoconcepto se empequeñeció hasta reducirse a una simple brizna, así, hasta las tres de la mañana donde casi ya ni él mismo existía.

Quiso volver a liberar sus lágrimas presas de esa emoción sin emociones, de este enfado sin enfado, de esta decepción ¿Sin sentido? Y no pudo, quizás temerosas de destapar la caja de Pandora se le escondieron cada vez más adentro. Pero la verdad es que estaba destrozado por dentro y que sentía que el corazón se le había roto en mil pedazos. Que los despojos de otras vidas tenían más valor, y que no sabía si sería capaz de remendar los trocitos que hoy se habían deshilachado. Y es que en realidad fue su llamada más cara, porque ella seguramente no se dio cuenta de que las palabras son físicas y funcionan en el cerebro, regalándole involuntariamente un saco de sinrazones, porque un NO puede hacer mucho daño.

En ese momento él no sabía qué hacer, salvo que su camino, al menos el de esa noche no era estar en este mundo. Por fortuna no se levantó valiente y no se atrevió a coger la ventana y no volver nunca más, así que exhausto y abatido se quedó dormido, y no se atrevió a seguir observando por el ojo de la cerradura, por si acaso no le gustaba la imagen que al otro lado la realidad le regresaba.