Errores genéticos

25 de Noviembre, 18

Eran dos errores, de esos que solo se dan cada quinientos años. Dos descuidos naturales que los hacían diferentes de los otros, dos fallos de los que te colocan en una casilla de salida por delante de los demás.

Ella era una mente maravillosa, una capacidad más que alta, un cálculo milimétrico, un aprendizaje excepcional. Para la sociedad, ella era tan solo una chica, con un mundo atrapado en una etiqueta contrariamente pequeña.

Él era algo más que un sentimiento, algo más que la sensibilidad a flor de piel. Una ternura desmesurada, una delicadeza difícil para algunos de entender. El mundo acabó poniéndole un acento homofóbico y arcaico a esa perceptibilidad extraordinaria.

Ambos se conocieron en un desacierto, aquel que habla de que estaban predestinados a encontrarse tarde o temprano. Y el tiempo se detuvo en una mirada llena de síntomas, una sonrisa que se abrió sigilosa sin que se borraran las razones, y una nota desnuda, que acabo abrigándose en un abrazo, transformando las sabanas en un incendio.

Ella le dijo entre susurros que los éxitos se aprecian en los fracasos, que los tesoros no siempre aparecen en los mapas, y que a veces saber no da la fórmula para las decisiones importantes.

Él le confesó que no hacía falta que luciera elegante, para estar hermosa. Pues solo quien presume las cicatrices y acepta el pasado del otro, merece la mejor versión de uno mismo.

Ambos olvidaron el quedarse con las ganas, la búsqueda de la palabra correcta, el final perfecto, y se jugaron la vida al te quiero menos que de aquí a cuando nos veamos en un rato¡Buena fórmula!

Con el tiempo, acabaron decidiendo un para siempre en un encuentro casuístico, que se transformó en su propio cometa Halley.