Esquineando

3 de Febrero, 2017

Sí, he envejecido con las manos llenas de esquinas que evocan recuerdos, con los ojos aburridos de despedidas y con los labios ajados por besos que se han acabado convirtiendo en cicatrices. Sí, me he hecho mayor y he olvidado algunos de los chaflanes, sin embargo otros los guardo como un tesoro, al igual que la foto arrugada del primer lugar en el que te amé.

Y es que hay esquinas en las que inevitablemente me tiembla la voz, me susurra el silencio, y el corazón pega un brinco antes de cambiar de ángulo, porque entre sus piedras se ha ido acumulado tanto tiempo, que cuando pasea mi sombra la saludan por costumbre. Y otras, en las en las que podría caminar el último tramo a ciegas, he aprendido a aceptar mi pasado y a perder la noción del tiempo.

Hay esquinas que zigzaguean y desembocan en ese recóndito lugar en el que te das cuenta que nadie vive las experiencias igual que tú mismo, y otras que se llevan bien pero a lo lejos. Puede que no te acuerdes, pero en ellas disfrutamos del olor de una sonrisa y del sabor del carmín sobre tus labios. En ellas, alquimistas del tiempo, impregnamos nuestras caricias con esos aromas tan únicos que flotan en el aire, y en otras jugamos con las pasiones, siempre mejor a contraluz.

Hay esquinas en las que llegados a este punto me veo obligado a confesar ciertas cosas, como que siento una especial debilidad por algunas de ellas, como por ejemplo, la esquina del hotel Londres, junto al mar, allí donde nuestras almas adolescentes se dieron su primer beso. Pero aquellos, ¿verdad?, eran otros tiempos.

Sí, mi pelo se ha ido cayendo y lo poco que queda se ha cubierto de un manto blanco, por eso puedo confirmarte que ponerles tu apellido las hizo imborrables, y que por mucho que quisiera volver a ese instante, soñarlas tan solo las convertiría en vivencias pixeladas de la realidad que ya viví. Por eso, a veces me gusta caminar entre ellas y otras mirarlas por la ventana de la cafetería y comprobar que siguen estando allí, en el mismo lugar de siempre, justo donde las rebautizamos por última vez.

Hoy he vuelto a casa, y en la esquina justo antes de llegar a la puerta he aguantado la respiración, porque no sé cómo explicarte que el doctor me ha dicho que a mi corazón le han puesto un toque de queda. Y al entrar en el hall, tu perfume me ha saludado como desde hace cincuenta y dos años, y mientras escuchaba tu voz al fondo preguntándome que me había dicho el médico, me he secado las lágrimas y me he preguntado:

« ¿Cuál será tu historia?, ¿Que esquinas recordarás cuando yo no esté? »