Examen final

22 de Septiembre, 2019

Odio pasar los controles de seguridad de los aeropuertos, porque me pongo tan nervioso como cuando tenía que presentarme a los exámenes finales de la universidad. Tanto, que me preparo varios días antes, exhaustivamente, mi llegada al momento crucial.

Los días previos son... ¡Son una mierda, básicamente! Porque me paso las horas llenando de expectativas el destino, y contando los segundos hasta que llegue el momento de despegue. Como si la vida no existiera en esos instantes intermedios, y tú simplemente, te dedicaras a esperar a que el tiempo transcurra entre ese preciso instante en que estás pensando en que el tiempo no pasa, y justo el momento en que las ruedas del avión ya no tocarán la pista (en mí caso otro momento capital del viaje). Es decir, y para hacerlo fácil; esos días, son esencialmente una concatenación de domingos resacosos tumbado en el sofá, pensando en que el lunes a las ocho de la mañana entras a trabajar. ¡Vamos, algo apasionante!

Total, que aparte de eso, y en relación al motivo que nos atañe, decía que son una mierda. Y lo son, porque de repente, sin saber muy bien como llegaste allí, te encuentras atrapado leyendo cosas absurdas en la página de política sobre equipaje de mano y facturado de la compañía. Obviamente, dándote cuenta de que la maleta o la mochila que compraste el año pasado ya no te sirve, porque cada nueva temporada el equipaje permitido a bordo es más pequeño. Pero tú, queriendo mantener la calma, tras haber injuriado dos mil barbaridades, y procurado no cargarte nada de la casa en ese momento iracundo, intentas tranquilizarte mientras te repites a ti mismo: ¡Tranquilo, tranquilo, no pasa nada, seguro que no me miden la maleta, y además son solo cinco centímetros!

Por suerte, en la repetición de este mantra, encuentras consuelo, al menos momentáneamente, y consigues recuperar tu color de piel habitual tras haberte convertido por instantes en el mismísimo hombre verde (Hulk).

Por si no fuera suficiente, la "obligada" visita a las recomendaciones sobre tu maleta, te fuerza a recuperar esa tarea denostada que uno hacia cuando iba al baño antes del tiempo del móvil; Leer las etiquetas de los productos de higiene personal.

¿Qué porque?, ¡pues muy fácil!, por dos razones básicas; Primero porque aunque claramente sepas que el bote del producto no cumple las medidas estándar para ser subido al avión como equipaje de mano, ¡Ni de coña! Tú miras, ¡por si acaso!, con la esperanza de que quizás sí, simplemente porque es el champú que usas siempre, y porque esperas en el fondo de todo eso no tener que volver a jugar durante media hora a vaciar y rellenar los botes que solo usas para el neceser de estos viajes. Finalmente tras llenar tu cabeza con un millar de algoritmos de números, tus ilusiones se van al traste, aunque eso ya lo sabias desde el primer momento en que cogiste el bote en la mano y viste que pesaba medio kilo.

Y segundo porque en un intento de llevar el examen preparado hasta el más mínimo detalle, quieres volverte en un santiamén alumno del último año de la carrera de química, a pesar de ser consciente de que en el instituto no tenías ni pajolera idea, y saber quizás que combinación de productos puede hacerte sospechoso a los ojos de la policía de aduanas. Porque si McGyver con un chicle y un cable era capaz de construir una bomba, quien sabe de lo que tú serás capaz con un bote lleno de cocamidopropil betaína, policuaternio y diacetato de glutamato tetrasódico a diez mil metros de altura.

Por cierto, ahora que nos lee la CIA después de que la combinación de las palabras BOMBA y DIACETATO DE GLUTAMATO TETRASÓDICO ha aparecido en su radar de palabras altamente peligrosas; ¿Nadie se ha preguntado nunca porque el ser humano ha sido capaz de llegar a Marte, y no de inventar un champú que no pique en los ojos?

Bueno total, que acabado todo eso, con todo listo y dispuesto, solo queda cerrar la maleta (tarea nada fácil por cierto), y emprender el viaje hacia el aeropuerto. (Desde aquí os recomendamos de un año de gimnasio para casos extremos de cierre de maleta, o conseguir un amigo lo suficientemente fuera de forma que te ayude subiéndose encima, mientras tú con la lengua fuera calculas la trayectoria exacta por la que debes hacer deslizar la cremallera).

Ahora sí, a las puertas del detector de metales, puedo decir que: Odio pasar los controles de seguridad de los aeropuertos, porque me pongo tan nervioso como cuando tenía que presentarme a los exámenes finales de la universidad. Tanto que me da tiempo a pensar en esa fracción de segundo, que espero que no haya un intento de secuestro del avión; porque no conseguí encontrar los tutoriales de Youtube sobre como desactivar una bomba con un frasquito de cien mililitros de pasta de dientes. Que espero que el que me vendiera las pulseras, o las botas o lo que sea que lleve, no sea un bromista o un cabrón y haya escondido algo que haga saltar las alarmas del detector de metales. Que espero que esta cara, de no haber vivido durante la última semana pensando en este momento, que he tapado estratégicamente con unas gafas de sol bien opacas, no me convierta en el sospechoso número uno del aeropuerto, pero por encima de todo eso; que espero que no me midan la maleta, porque si no voy a tener que convertirme el mismísimo David Copperfield.