Instan-Tania

29 de Octubre, 2018

Tania era una fotógrafa de momentos, de esas que odian al resto de artistas que preparan la escena. Era una cazadora de sombras improvisadas, de luces, de encuadres, de gestos de sorpresa. Era una mitómana del contraste, de dedicarle a una foto el tiempo justo, de buscar entre las calles la esquina perfecta.

Era un carrete nuevo cada día, deseoso de llenarse de instantáneas caprichosas. Una maga del retrato libre, de darle al obturador la rendija correcta. Un zoom para las historias con alma, esas que hablan sin decir nada entre silencios, y miradas circunspectas.

Era una lente, poniendo el foco en las cosas que nos conectan. Una aventurera en miniatura, del tamaño justo del visor de su cámara analógica XJ360. Era una artista panorámica, de esas que no olvidan que a veces la distancia más corta no es la línea recta.

Era una ráfaga descontrolada con el brillo en los ojos, y la sensibilidad despierta. Un talento por descubrir, excepto para todos aquellos que la rodean. Un álbum a veces medio vacío o medio lleno, depende de cuando le preguntes, o de quien lo ojea. Un flash para los detalles oscuros, aquellos que son invisibles, y que ella revela con la fuerza de una estrella. Una biografía protegida detrás de una cámara, con ganas de contar lo que su boca no cuenta. En el fondo, solo una aficionada más, con una vida como la de cualquiera.

Ese día revisó las baterías, olvidó el trípode, y salió con el angular a cuestas. Todo listo, el alma libre en búsqueda de respuestas. Abandonó su barrio, se adentró en las calles, y se perdió por entre las aceras. Revisó sonrisas, gestos abandonados, caricias que se escondían entre los recovecos de las callejuelas más estrechas. Amó cada uno de sus pasos, aquellos que acunaron cientos de escenas. Pixeló el ayer, retrató el presente, temporizó la cobardía de sus dilemas. Dejó pasar las horas, aguardando esa captura especial, que se coloca de forma instantánea en el cajón de las predilectas.

Disparó al gesto más nimio, al más cargado de previas; esas que dejan la vida florecida en los inviernos, esas que transforman la hibernación en locura en las primaveras. Ese día, el día post tormenta, el de los adioses a los besos nunca dados, a las caricias que los contestan, celebró que la vida continúa a pesar de las penas, y que la maquina siempre es una aliada para las semanas imperfectas. Esas que por mucho que insistan, los jamás nunca consiguen vencerla.

Al final del día, con la película llena de fotogramas, ella guardó la cámara, enfundando las apariencias. Aguantó el silencio, y se quedó mirando el atardecer en su despedida, mientras la luna asomaba por el otro extremo, bregando ambos en su contienda. Parpadeó un segundo, y pausó un suspiro, y así, hizo una de esas fotos mágicas que nunca realiza con el objetivo, de esas que duran para siempre, y son verdaderamente honestas.