Invierno en Ciutadella

23 de Diciembre, 2017

Aletean las últimas hojas de los arboles mientras impávido, las miro caer lentamente sentado sobre el frio banco del parque. Las veo resbalar sobre el aire, como si no quisieran llegar nunca a tocar tierra, realizando tirabuzones y acrobacias, bailando con el viento una danza, en la que la música a mis oídos nunca llega y acaban precipitándose al vacío, tropezando con otras hojas ya caídas, posándose delicadamente o bruscamente como si yacieran muertas. Advierto en ese instante que el suelo está repleto de cadáveres que ha dejado el inicio del invierno y su contienda, que el paisaje triste a medida que pasan los minutos, se hace más y más desolador y se deshacen mis ilusiones, al igual que lo haría el dibujo de un cuadro bajo la lluvia, recién pintado en acuarelas.

No pudiendo aguantar más la vista, me levanto sosegadamente del banco y camino de forma delicada sobre las brácteas,como no queriendo enturbiar su descanso. Dirigiendo mis pasos lejos de aquel horrible lugar que con su frialdad y desolación, penetra hasta el fondo y aniquila tu optimismo, transformándolo en tristeza. Unos metros más adelante, la panorámica no mejora, al menos en apariencia. Las barcas varadas, recuerdan que pasado el verano a nadie este parque ya interesa, solo un par de intrépidos que corriendo, destrozan el cementerio de flores secas, una pareja que busca hacerse una foto bajo la cascada helada y un sin techo que descorazonado se recoloca bien el abrigo, mira a su alrededor y bebe para olvidar, la escena.

Cabizbajo avanzo, cuando me interrumpe mis pensamientos el sonido pesaroso de un pato que se lanza al agua a buscar comida y se congela. Que fugazmente recorre el estanque y al salir, para evitar quedarse aterido, agita sus alas con presteza. Perdura el silencio entre el zoo y la ciudadela, haciendo este horizonte más inhóspito, modificando sus paseos bulliciosos de primavera; en el lugar más desapacible, en el punto cardinal más yermo, en la estepa más desértica.

Acelero el ritmo porque no aguanto más toda esta pena y cuando estoy a punto de salir del parque, de repente cae la nieve cubriendo el campo de batalla, con una suave capa de fina seda. Transformando el paisaje en segundos como si fuese una luna nueva, regalándonos a los presentes la oportunidad de dejar impresa sobre la nieve, nuestra huella, borrando de un plumazo la estampa amarga, liberando al reo de su sentencia. E inevitablemente olvido la pregunta que hace horas ronda mi cabeza y no me importa ya donde se fue el verano, porque al acariciar la nieve, descubro bajo la enorme capa de hojas marchitas, una pequeña margarita que contra el clima, la soledad y la devastación, se revela.