Islandia
30 de Septiembre, 2017
Antes de morir de frío, saco el pie por debajo del nórdico y me doy cuenta de que ha llegado el invierno y sus dos estaciones, la que hace fuera y la que cohabita con esta debajo de mis sabanas. Y antes de atreverme a dar el primer paso, y salir así de mi propio letargo, sueño la forma más creativa para calentarnos, aquella en la que encendemos la fogata de las emociones y dejamos los deseos atrapados entre nuestros cuerpos y nuestros corazones entrelazados.

Con miedo, estiro los brazos por encima de la cabeza, como si me estuviera desperezando, al instante, se me entumecen las manos en cada escalofrió y se acelera mi respiración en mis labios cansados. Mientras, no dejo de fantasear con ver una película, comer palomitas, cocinar, cientos de planes que no solo hacemos en invierno, pero que tienen un valor añadido en esta época del año. Tras darle demasiadas vueltas, me quedo por último con el mejor plan de todos los posibles, salgamos de casa diez minutos para volver a ducharnos juntos, mientras dejamos que nuestros seres vuelvan a la cama y calienten los anhelos que parecían olvidados.
Hace frío allá afuera y comienzan a aparecer los siguientes síntomas en mi cuerpo aterido, yerto, rígido y paralizado. Se me eriza la piel cantando mil amaneceres y despunta el vello corporal en un último intento desesperado. Igual que aquel en el que me ilusiono con un baile frente a la chimenea, una taza de chocolate caliente, un inventemos una historia de como será nuestro próximo viaje, enséñame fotos de cuando eramos jóvenes, si no te parece suficiente con esto, podemos sacar cosas del baúl de los recuerdos y releer las cartas que nos enviamos.

Palidecen mis besos en cada lagrima, al tiempo que mis labios, orejas y dedos se tintan por instantes de un color añil amoratado. Déjame que te haga mil fotos, permanezcamos inmóviles un fin de semana, cubiertos por la tela que cubre la cama, juguemos un juego de mesa, conozcamonos mejor, hagamos un pícnic frente a la tele o una excursión con pasos agigantados. Déjame que sea la brújula que guíe tus sueños, beso a beso, caricia a caricia, tu junto a mi y yo a tu lado.
Perdóname otoño si últimamente ha empeorado mi habla y mi lenguaje, si se ha entorpecido y pausado mi pensamiento y si mi corazón ha dejado de latir con violencia porque se encuentra reajustando la disminución del gasto cardíaco. Pero llegaste en el peor momento, justo cuando se glasan los restos del naufragio y olvido que hago entre las sabanas, justo cuando recuerdo que ha llegado el invierno dentro de las cuatro paredes de este cuarto. Desde el preciso instante en que se marchó, entre en hipotermia, y tengo el corazón congelado.
