La hora de los valientes

21 de Octubre, 2017

Sola, espera sentada en un rincón, la hora de los valientes que deciden hacer cosas locas. Aquella que arranca motores incluso sin tener claro el destino, eso sí, sin mirar jamás al espejo retrovisor. La que no dice nada, porque sobran todas las palabras, la que añora, pero quiere creer que siempre está por venir un futuro mejor. Intrépida, pero como con flato, porque le cuesta coger el último suspiro y salir disparada de un salto. Pues no es fácil levantar la cabeza, caminar unos cientos de metros y cambiar de sitio preferido donde llorar a solas.

Abandonada, entre las últimas borracheras y los planes estudiados para no pensar en nada, en el deshabitado barullo que engaña alma, mente y cuerpo. Dejando que el miedo escriba cuentos chinos, muy elaborados y adornados, para resultar más creíbles. Pensando, en millones de planes maravillosos secretos que no puede dibujarme, porque la inseguridad le prestó un bolígrafo sin tinta, desde el nocturno beso final. Esperando piadosa, a prestarle su sangre a la convicción para que describa el siguiente movimiento, ganando, esta agotadora partida de ajedrez, en los dos próximos movimientos.

Perdonándose a cada instante su inactividad, porque hay demasiado tiempo en el que le falta apoyo. Discutiendo consigo misma acaloradamente, mientras les echa la culpa a todos los demás. Con el carmín desgastado, el rímel corrido, el vestido descuidado y los pelos anárquicos. (Nadie dijo que hubiera que ir  elegante al "combate".) Tan solo tú y ella, contra un ejército de incertidumbres, armada de coraje y de unas cuantas (más bien pocas) dosis de realidad.

Pasando frío la mayor parte del tiempo, porque es difícil abrazarse a una idea sin soltarse. El miedo es como una tormenta de verano, viene de repente, se apodera de ti y ya no te deja marchar. Abanderando uno a uno el nombre común de los temores, reflexionando profundamente los posibles caminos y sus fórmulas más adecuadas, deshojando margaritas para decidir si ha llegado el momento de ponerle a esta historia, un punto, y aparte.

Durmiendo acurrucada, agarrándose con fuerza, en un ovillo, las manos con los pies, soñando íntimamente. Mirando sorprendida mi desidia, sabiendo antes que nadie que si no hago nada, las cosas solo irán a peor. Tímida y callada, creando en secreto millones de frases originales que nunca se atreverá a decirme, o que nunca revelará mejor dicho; Al menos, hasta que el reloj marque la hora en punto. Inquieta, encarcelada con cadenas invisibles, esperando..., esperando animosamente, a recibir mi mano tendida para que la saque a bailar.

Así es la hora de los valientes, muy suya y a la vez generosa. Entregada en cuerpo y alma a la causa inverosímil de dar el primer paso. Una osada cobarde, acostumbrada a ganar grandes batallas, en guerras pequeñas, resoplando los temores que preceden a la calma de las mil maravillas. Una chef experta, en cocer hasta punto de ebullición los miedos, el punto, donde sin darte cuenta, se esfuman. Ávida de nuevas experiencias cautelosas, que se suceden flemáticamente y de puntillas, como en un puente tibetano.

Con el compromiso voluntario de no fallarse a sí misma y de crear indemnizaciones a medida, en caso de fallo del sistema. Porque nadie dijo que aterrizar fuera fácil, tras saltar del columpio en el que necesitaste por cuatro meses coger impulso. Porque lamer heridas no solo es pasarse la lengua por donde escuece, sino que a veces incluye: cerrar los ojos, apretar los puños, beberse de un trago y sin respirar, toda la botella de vino blanco del botiquín de las emergencias.

Apuro hipnotizada el nuevo éxito de la tele basura y apago la tele. Me quedo inmóvil en un silencio contraído y mi mente que no está para perder el tiempo, me cuestiona, si quizás ha llegado la hora.

-¿Qué hora? - Me pregunto.

La hora de los valientes