Lluvia de aire
25 de Octubre, 18
Hay días que cae ese tipo de lluvia interna que no se ve desde fuera, pero que cala mucho más honda que la peor de las tormentas. De esos en los que el presente es solo un punto de partida de un futuro incierto. Aquellos en los que las fuerzas se deshojan cual margarita, en la búsqueda desesperada de un deseo.
Hay días de lluvia, de esos que dejan charco en las cicatrices e inundaciones en los recuerdos. Días de calma fría y silencio gris, que oscilan del pozo oscuro al negro abismo, y que te dejan desnudo hasta los huesos, porque no hay forma de tapar las dudas y los miedos que vienen desde lo más adentro.
Hay días de lluvia de noches adelantadas, por esos ocasos de nubes tenaces, que dejan las ganas sin memoria ni nombre, y los pensamientos perdidos en la nada, en esos inviernos mentales que congelan las lágrimas en la incertidumbre.
Hay días de lluvia que caen poco a poco, en gotas saladas. Atrapando un perdón, un porque, un lo siento. Dejando secuelas invisibles en las sabanas mojadas. Días de naufragios, de esos que le reclaman al reloj las despedidas de uno mismo, y estar a solas.
Hay días de lluvia en los que procuras cerrar tu ventana, sin dejar fuera a tu propia sombra, y te detienes a mirar tras los cristales como se te caen las hojas de esta rosa, a la que aún le siguen naciendo sus espinas.

Sin embargo, hay días en los que tras la lluvia por fin sopla el viento, y en esos aires de cambio, que anuncian un cambio de aires. Uno se reencuentra de alguna forma consigo mismo, y halla la osadía para dar un paso adelante.
Días de aire donde los secretos gritan fuerte, y el alma camina sin disfraz. Donde el reto está en comerse el mundo, reír a carcajadas, sanar la herida aunque uno ya no vuelva a ser el mismo, y vivir la primavera según viene, sin esperar que nadie venga a salvarte.
Días de aire para volver al lugar exacto, nacer de nuevo, sumar instantes, descubrir la fuerza del quizás. Pisar las hojas secas, transformarte en un privilegiado, caminar con fuerza como si fuera la última oportunidad.
Días de aire que muestran la belleza de amarse a uno mismo, que sirven para reencajar todas las piezas, aprender que "del pasado no vive el futuro", ver de nuevo brillar tus ojos, encontrar la magia, y conquistar lentamente y para siempre el querer ser, el pedirle a la vida un poco más.
Por fortuna, existen también los días de lluvia de aire, aquellos en los que recuerdas las tormentas, y aun así sonríes tranquilo, porque descubres que tu alma poeta ha entendido que existen mil razones para amar el complicado hecho de estar vivo. ¡Esos son los mejores!
