Mi gran amor

12 de Mayo, 2018

Lo recuerdo exactamente como si fuera ayer. Yo venía cansada del trabajo porque había sido uno de esos días que aunque saliera relativamente pronto, la cabeza no daba para más, y ya no me quedaba suficiente energía ni siquiera para hacer la cena. Mientras callejeaba de camino a casa, estuve tentada varias veces de sentarme en un banco frente al sol tardío de primavera y recuperar fuerzas, pero él habitaba siempre en mi cabeza y sabiendo que estaba en casa, y que seguro que le encantaría venir conmigo a pasear, tomar algo e ir de tiendas, decidí no demorarme y guardar ese plan para hacerlo juntos.

Subí las escaleras con la sonrisa encendida, imaginando la tarde más maravillosa que nos esperaba, y justo al abrir la puerta, a través del estrecho pasillo que conectaba la entrada y el salón, él se me quedó mirando fijamente como si fuera la primera vez que me viera. Inmóvil, sentado sobre el sofá marrón que tanto le gusta, en modo de pausa. Como si hubiera estado contando los segundos que faltaban para vernos, como si supiera que era yo quien estaba a punto de abrir la puerta.

Y por un instante, jugamos a ser estatuas de marfil, los dos inmóviles a cada lado del salón esperando a que el otro perdiera ese juego absurdo de ver quien hace el primer gesto. El listo para salir si yo lo pidiera, yo lista para besarle si el hiciera ese gesto tan suyo, y me diera una tregua. Ambos esperando que el otro diera el primer paso y que ninguno en realidad lo hiciera, por miedo a estropear ese instante previo a que el abrace mi catástrofe y la convierta en sueño.

De repente, cambió el gesto y se levantó de un salto, corriendo como intentando recuperar el tiempo perdido hace un instante. Y a mí, fascinada, se me escapó un gesto fanático de amor completo que vino a cambiar mi fecha y espantar mis fantasmas.

Bajo el marco de la puerta, los dos abrazados por un instante eterno, yo deseando que ese momento no acabara nunca, el inquieto como siempre, intentando devorar el tiempo. Por favor no te escapes le susurra mi mente, no me dejes con las ganas de este abrazo que durará siempre, no me hagas abandonar tan rápido esta estación que se convertirá en recuerdo. Pero él, que vive la vida más deprisa, se escapó sin querer pero queriendo y se sentó frente a la puerta manifestando con un suspiro; "Te quiero, sal conmigo y después si hace falta, acortamos las tristezas acompañados y entre mimos".


Descolgué la correa. Bajamos corriendo las escaleras. Y al unísono, respiramos libertad y fortuna, y dimos el primer paso.

Los dos caminamos por un par de horas frente al mar y mientras paseábamos, mi mente que había decolorado su angustia, se repetía como en bucle la imagen de ese primer instante en el que le vi, y se transformó en él gran amor de mi vida. Ya nada nunca fue igual.