Ni perdón, ni permiso
16 de Septiembre, 18
"Quizás fueron solo un par de mariposas solitarias, buscando donde posarse en esa noche de cuatro lunas, pero el resultado fue uno de esos amaneceres que uno puede vivir tan solo una vez en toda una vida."

Ambos llegaron a ese cuarto con las ganas de tenerse descolocadas, un millón de sueños atrapados entre los labios, y los ojos encendidos en sus instintos. Ambos se encontraron con los nervios primerizos, las manos torpes que nunca saben qué lugar es el correcto, y las ganas locas de no dejarse intactos, grabando sus nombres en la piel del otro, entre besos y mordiscos.
Se miraron cíclopes, abandonando para siempre el punto de retorno, y se adentraron inconscientes en lo más profundo del laberinto. Los labios se retaron a guante blanco, las manos investigaron el camino más corto hacia el delirio, los cuerpos empeñados en no ver nunca el vaso medio vació.
Él escaló sus montes a besos, ella bajo al abismo. Embajadores por unas horas de la curiosidad, encontraron el mapa exacto de ese amor clandestino. Se acariciaron como lo habían intentado muchos otros antes, ese tacto que llega a rozar las cicatrices de esos afectos perdidos.
La piel se llenó de constelaciones tras el paso de los dedos incendiarios. Jugaron a la ruleta rusa de las emociones, saltó la magia, se les llenaron las manos de valor antes del último latido. Se retrataron fuerte las ganas entre los parpados, dejaron que el pasado, el presente y el futuro, transformaran el faro del placer en su último destino.
Se bebieron el tiempo tranquilos, sin dejarse nada para otro día, por si acaso, y se amaron como si se tratase del último ángel caído. Andando a pasos muy lentos, sabiendo que les faltan millones de cosas, transformando en música lo que antes solo era ruido, olvidando para siempre si fuera de esas sabanas hacia demasiado frío.

En el momento exacto, las miradas se tropezaron medio abandonadas justo delante de un suspiro, ella le abrió la puerta, él entro en ella, los dos se encontraron con la respiración entrecortada en el descuido. Se secuestraron el alma por unos cientos de minutos, se acabaron enamorando de esa versión que vive atrapada en los ojos del otro de nosotros mismos.
Horas más tarde... se despertaron con el olor ajeno, hechos un ovillo.
Seguramente no fue perfecto, al fin y al cabo era la primera vez. Por eso, se enviaron un vistazo silencioso, libre de todo acertijo, y ambos entendieron que se trataba de un ¿Repetimos?, de esos que no piden ni perdón, ni permiso.