Noche sin letras
2 de Diciembre, 2017
« ¡Parece que el otoño ha llegado para asesinar las ideas! »,
se repite una y otra vez estirada sobre la cama.
¡Hoy no puede dormir!, es una de esas noches en las que el insomnio ha ganado la batalla a sus ojos cansados. Así que se sienta frente a la máquina de escribir y aporrea los caracteres como si lo que escribe tuviera sentido, dejando que sean sus dedos quienes guíen ese texto que parece no llevarle a ninguna parte.
Suena la música y se abandona a su ritmo, que le balancea. Mientras, se distrae a mirar miles de cosas, como buscando la inspiración en un algún lugar, uno que posiblemente, ni siquiera existe. Se levanta cientos de veces, deja que los pies descalzos acaricien el suelo, abre la puerta y mira las escaleras, saluda a la única nube distraída que transida por el espacio lunar, le pregunta a la gata si le tiene envidia, coge un lápiz por inercia aun sabiendo que no lo llegará a usar nunca. Relee las noticias del periódico e intenta que los títulos inspiren una nueva historia, ¡pero nada!, hoy es una de esas noches sin letras, en las que aniquila sus propios diseños y los descarta por no parecerle suficientemente buenos.

Durante horas, las palabras le plantean un acertijo imposible que es incapaz de solucionar. Los dedos se zancadillean entre las teclas, y la boca, bebe a sorbos el té helado que se quedó aturdido entre la primera palabra y el infinito. Insensata, se repite la misma consigna; « ¡Venga, ya lo tienes! », aunque la realidad es que en la última media hora, ha habido solo tres palabras abandonadas y sin sentido, a las que además, es incapaz de ordenar. Recoloca la hoja en el carro, se acurruca en la silla bajo la manta, recuenta las líneas escritas en la hoja, una y media.
Mueren los minutos, atrapados entre la cinta entintada que no dice nada, y mientras ansia que la inspiración se presente, juega a que las letras negras emborronen los espacios en blanco y luego se desvanezcan junto a uno de los botones de la esquina derecha del teclado. Así, ingenua y cabezota, de repente se encuentra ante el abismo de quedarse sin escribir nada y frente a la lengua que tanto ama, que ejerce hoy la figura del tirano. Su endeble vanidad se tambalea y cae retratada en el papel mojado de sus versos, que no saben que hoy la suma de todos los factores posibles no da para más.

Amanece su intranquilidad, asintiendo con la cabeza el estribillo de la canción, y de repente, sin orden ni dueño, se abren ocho caminos diferentes ante sus ojos, e intenta abrocharlos todos para más adelante a su bloc de notas, que se resiste a escribir tan rápido y que no sabe por dónde empezar. Lentamente va deshaciendo el ovillo y le pone título, a los cuentos que salieron disparados del baúl de la fortuna, y los deja allí para la próxima noche de letras, porque la encanta dejar historias sin editar y despertarlas al cabo de un tiempo.