Reencuentro

12 de Noviembre, 2018

La sensación anómala de una familiaridad desconocida los encontró sentados en una terraza con vistas, un jueves cualquiera del mes de abril. Ella llevaba puesto su aire libre y seguro, él el nerviosismo tranquilo de quien llegado el momento se había sabido perdonar los monstruos del pasado, y ambos, entendieron desde el primer instante que la relación les tenía guardada una "segunda oportunidad".

Ella creyó por un momento que la ocasión merecía un algo especial, y él sin dudarlo, en el segundo asalto se dejó llevar. Y aunque ya nada era lo mismo, todo fue como había sido siempre, y bajo el sol del mediodía, la vida después de siete años fue más amable y les regalo, al menos por un instante, la complicidad perdida, la ilusión desatendida y los deseos abandonados. Ambos acabaron rendidos a la evidencia de que el tiempo hay cosas que no borra, personas que no olvida, sensaciones que jamás se pueden extraviar.

Con cierta nostalgia y alguna lagrima curiosa, descubrieron benévolos que a veces incluso huir es de valientes y que la vida no siempre es justa, ni utópica, ni cortés. Pero sobretodo, que la ausencia, por mucho que quiera, siempre deja agujereado el corazón pero nunca el recuerdo, y que hay personas que en su estilo dejan calado en el imaginario, haciéndote consciente que es lo importante en realidad.

Revivieron durante horas a que sabe el tiempo compartido y que la vida, a veces tan irónica, te hace reír con quien te enseñó cientos de maneras de llorar. Hasta que llegado el momento, decidieron al unísono que el tiempo se había escapado demasiado rápido y que aún no era su hora, así que buscaron una excusa cualquiera y se regalaron un convite de esos en los que la comida solo es una mera formalidad. 

Mientras comían, siguieron reescribiendo sus biografías mientras borbotaban los recuerdos de sus bocas osadas, transformando los segundos amargos en una sobremesa confitada imposible de postergar. Para que al desenlace, hacia la altura del postre, la vida les revelara que siempre había existido un vacío con forma de nombre y que encajar de nuevo las piezas completaba la palabra felicidad.

Se despidieron con un hasta luego y una rúbrica en forma de abrazo final, mientras sus anhelos pensaron que ojalá no se hubieran conocido tan pronto, para no haberse amado de esa manera tan efímera, tan escéptica, tan tierna, y que quizás hubiera sido mejor que se encontraran cuando la sensatez ya hubiera estado madura, y la historia fiable. Aunque eso, quizás tan solo fuera el espejismo de volver a verse, tan solo se tratara de un sueño por confirmar, quizás, tan solo sea que la vida escrita en la arena del tiempo, siempre es más bonita.