Sentidos olvidados
8 de Abril, 2018
Podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que en pleno siglo veintiuno hemos enterrado parte de nuestros sentidos entre miles y miles de programas basura, aplicaciones de móvil y de noticias creadas solo para engañarnos. Que los hemos sepultado casi sin darnos cuenta y sin querer, pero que los resultados demuestran que desde hace tiempo, las personas somos muchos menos humanas que tan solo hace cincuenta años.
Los hemos tapado, porque causa vergüenza darse cuenta de que hace tiempo que quienes gobiernan el día a día, son las nuevas tecnologías y no nosotros, ni nuestros actos. Que mandan las ciencias, las fábricas, los robots, haciendo absurda la lucha que desde hace tiempo, mantienen lo manual contra lo mecánico. Por eso afirmo, sin dejar el beneficio de la duda, que si alguno de todos nuestros sentidos ha salido más damnificado, ese ha sido el tacto, convirtiéndolo diligentemente de maestro de los sentidos a uno de los más olvidados.

En la era de la digitalización de todo lo posible, hemos callado:
Que lo que hemos tenido siempre es lo más sencillo y lo que más reconforta.
Que una caricia perdida que te roza suave como el aleteo de una mariposa dice más que todas las noticias del diario.
Que el sentido abrazo de un amigo alienta el alma y cura las heridas que no se han cicatrizado.
Que dos minutos de manos entrelazadas llenan el corazón y las ideas, infinitamente más que la pantalla iluminada de tu smartphone.
Por eso me pregunto dónde quedaron los tiempos sin tecnología, las noches aburridas donde jugar solo a acariciarnos, donde se ocultan las denostadas caricias a escondidas y el dejar que su mejilla se acomode entre tus dedos mientras cierra los ojos para sentir con cada poro de su cuerpo y guardar en su memoria ese segundo, fotografiado. Donde cohabitan las manos que se buscan llenando de sensibilidad y de afecto las mañanas tempraneras y las noches que no queremos que se acaben en camas pequeñas, bajo las franjas de luz que iluminan la oscuridad de su cuarto.
Momentáneamente me pregunto por qué cambiamos los abrazos generosos, por delicadas palmaditas en la espalda y los apretones de manos desconfiados, los besos en la mejilla, donde al besar me dejo tu nombre olvidado. Que fue de cocinar, coser, dibujar, modelar, esculpir, arreglar, cultivar, dedicando nuestra atención plena a un listado de cosas que creo que no hace falta que os vaya enumerando.

De repente se vuelve en quimera encontrar artesanías, salvo en una feria "expuestas" en sitios hechos a medida como si se tratase de objetos antiguos, donde depositamos la memoria y los recuerdos, dejándolos para siempre arrinconados. En qué momento las palabras perdieron su significado, para dar valor a los productos salidos de la industria con el apellido "manu-facturado". Convirtiendo en inevitable la pregunta de porque equivocamos el camino, si los objetos que se hacen a mano, tienen siempre un sabor más humano.
Ante esto, camino tristemente por el cementerio de sentidos olvidados, limpiando las lapidas de quienes fueron mis compañeros de viaje, mis hermanos, dejando atrás el sentido de la vista, cuando compré la televisión más grande del supermercado. Extraviando el olfato entre los aerosoles, abandonando el gusto, entre millones de aditivos y productos azucarados. Quedándome sordo cuando me regalan el oído (los publicistas, los políticos, etc), entre falacias, perdiendo el sentido del equilibrio, cuando exhausto, me rindo y caigo al suelo desplomado.
Por si acaso después de leer todo esto, sigue quedando algún lector que no lo conoce o algún que otro despistado, aprovecho los últimos renglones de esta entrada para definirles escuetamente aquello de lo que les hablo.

Tacto
Esa cosa tan rustica con la que jugar a reconocerse, con la que acariciar el ánima y la inteligencia, pincel con el que dibujar sonrisas, varita mágica con la que dejar que los jóvenes y los que ya no lo somos tanto, juguemos a enamorarnos.