Sueños rodando

16 de Septiembre, 2017

Hoy, no quedan energías para nada más que para hacer el intento de leer tres paginas del libro, ese que tanto me esta gustando, piensan mis pasos a quinientos metros del portal, mientras intento, a la vez que camino, tachar priorizadamente todas aquellas cosas que puedo dejar de hacer ahora y a las que mañana a la mañana no deberé de dedicar tanto rato. 

Rebusco las llaves de la puerta y entro como alma que lleva el diablo, dejando fuera de casa, uno de esos días en los que la vida me deja exhausta, sin fuerza,s más que para dedicarme los minutos, las horas, los caprichos a fuego lento y los cuidados. Me saco los zapatos y camino descalza por encima de la alfombra, mientras espero que los "Leprechauns" hayan recogido la casa, obrando así un milagro.

Me derrumbo sobre el sofá, demasiado cansada para hacer la cena, así que abro lentamente cual tesoro, las galletas que compré tan solo media hora antes y las saboreo despacio, sin prisa y en silencio como si fuera una bocanada de paz y aire fresco, cada bocado. Quizás más tarde, ponga algo de música, por ahora solo el tacto de mis pies frotándose uno con otro, el chasquido delicado del chocolate cuando rompe y se desmorona entre mis labios y estirarme sobre el sofá, son suficientes para entender que hay momentos como este que no cambiaría por nada del mundo, que hacen especial mi día a día, haya pasado lo que haya pasado.

Cuando parecen haberse volatilizado el tiempo y la mitad del paquete, vuelvo del trance aletargado y comienzo a pensar que quizás llegue ese delicado momento de levantarme del sofá. Aquella idea que al tiempo me invita y rechazo, que parece una quimera por su lejanía y que a la vez segundo a segundo me sigue llamando. Me saco la ropa y disfruto de una ducha de esas que acarician la cara y relajan el infierno venido a menos. Me pongo cómoda y dejo que las sabanas adormezcan mi cansancio. Contesto el último whatsapp, abro el libro por la pagina ciento-tres y dejo que mi imaginación se funda con la vida del protagonista que en el postrero capítulo, cruza un rió seis veces porque se había dejado en cada viaje un beso olvidado.

Se duerme el libro en la última palabra de la pagina ciento-cuatro, y mi mano lo deja libre para que pueda vivir sus sueños de enamorado. En caída libre, mis parpados se funden con la almohada que me recuerda en silencio que mañana sera un nuevo día, que por hoy ya es suficiente de intentar resistirme a mi misma y que puedo dejar que los sueños me invadan, al tiempo que el libro sigue rodando.