Tattoo
21 de Abril, 2022
El tiempo siguió pasando, y con él, el baile de ideas; que por momentos parecía olvidado, y otros una puta revelación. Pero como decía, jamás las ganas amanecían valientes, y el último paso siempre se quedó en un punto y aparte que no encontraba conclusión. La coyuntura obligó a mudar la biografía, el recorrido y la obsesión, y la ausencia hizo el resto, hasta que... como suelen ocurrir muchas de las cosas en esta vida, una serendipia apareció sin hacer demasiado ruido, para no dar nada por sentado, pero condensar su mundo en una única convicción.
Ella amaneció en su vida una tarde cualquiera de marzo, para ser el motivo perfecto para sorprenderse, y quizá también para quedarse. Juntos se hacían volar los deseos, revivir a cada instante las primaveras, entender la incongruencia de los imposibles, ... juntos no encontraban límite en la imaginación. Era uno de esos amores que descuelgan la luna y buscan el hueco exacto para decorar con ella tu habitación. Esos que son siempre tus últimas buenas noches, esos que se viven, se beben, ... esos del amor por exceso, de los mundos patas arriba, de las primeras veces, de la polisemia irónica de clavar(se) al corazón.

Eran un amor inmaduro, con ganas de demostrarse lo contrario. De los que se escriben eternos con lápiz, pero con tanto deseo que parecen inalterables. Uno de los que se recuerda siempre el primer beso, de mariposas, de magia, de los que todo es cuestión de mir(bes)arse, de los que justo su debilidad es creerse invencibles. Eran un amor inmaduro, que buscaba la inmortalidad, y la encontró.
Así que allí, a la altura justa de la calle, donde la sombra del cartel indicaba las seis de la tarde, él se transformó de nuevo en estatua de sal por unos instantes, y fijando la mirada en el escaparate, la agarró de la mano, y entró.
Pasadas un par de horas, salieron más unidos que nunca, más rebeldes, menos olvidadizos. Una pequeña alegoría eterna se escondía entre los pliegues de la piel de ambos, algo tan sencillo y complejo a la vez, que transforma un trazo, en una historia de esas que no se escriben, sino que tan solo se ven en la intimidad erótica de la pasión.

Con sus diarios quisieron contar un cuento, lleno de fantasías, con las mejores letras, pero los planes, la vida sin prisas, el equilibrio imperfecto, las ganas de verse en un mañana, decoloraron el "arranquémonos los miedos", y pusieron al corazón en punto muerto. Y pesar de que el presente dejó de existir, solo se pensaron en el pasado, aquello quedó tan grabado, que fue lo único que quedo escrito en la última hoja en blanco. El ciclo de la vida borró el resto.
Meses más tarde, en otra ciudad, tras las turbulencias propias de una vida, él renacía su estación. Sus 26 primaveras nunca habían lúcido con tanto ángel, y aunque la ruptura reciente con la experta en abrir heridas, le había quitado de golpe la duda de lo que sí, y lo que no es amor. A todas sus circunstancias acostadas les había dado por creer que era mejor levantarse y caer sonriendo, que mantenerse llorando en un rincón. Él, caminaba despacio, sin saber que existían personas que le habían estado esperando desde siempre, lugares que le recordarían viejos afectos, callejones de esos que duelen, y cientos de sonrisas de quién, a pesar de su tristeza, se sabe ganador. Y aunque a menudo se descubría pensándose en una vida no resuelta, y allí le invadían los miedos a perder aquello que aún no tenía, la esperanza de ser verdad entre tanta mentira, le mantuvo eterno.
Así que allí, a la altura justa de otra calle bien distinta, donde la sombra del cartel indicaba las once de la mañana, él se transformó de nuevo en estatua de sal por unos instantes, y fijando la mirada en el escaparate, se agarró de la mano, y entró.
Inicialmente, había pensado taparse el viejo tatuaje, pero una vez sentado en la silla, prefirió pasar página, en vez de arrancarla, y se tatuó una ventana junto al otro.

Una ventana, de esas que incluso estando cerradas no puedes evitar mirar, de esas que esperan a ser adivinadas, de las que son todo posibilidades cuando se cierran puertas, que son punto de fuga, que son punto de entrada. Una ventana que invitaba a creer, donde salir volando, donde la vida se abría paso, donde no esperar. Una ventana llena de intenciones, donde reflejar cada día su propia perspectiva y decirse; "Contigo", ese es mi lugar favorito.
Una ventana, que ratificaba que no debemos llamar error, a los actos que nos enseñaron a abrir los ojos. Y que los tattoos son siempre historias, aunque sean muertas. Una ventana que incluso en el final de la historia rezumará vida.
Y no pudo evitarlo, ¡se emocionó!